LA CASA DE HADES
(Español)
Capítulo 6
Parte 3
"Tártaro, hecho para herir y matar"
Annabeth quería acurrucarse junto a Percy dormir. Quería
cerrar los ojos, esperar que todo eso era sólo un mal sueño, y quería
despertarse para estar de vuelta en el Argo II, a salvo con sus amigos (bueno...
tan a salvo como un semidiós puede estar).
Pero, no. Estaban realmente en el Tártaro. A sus pies, el
río Cocito pasó rugiendo, una avalancha de miserias líquidas. El aire sulfuroso
picó los pulmones de Annabeth y le erizó la piel. Cuando miró sus brazos, vio
que estaban cubiertos con una furiosa erupción. Trató de incorporarse y jadeó
de dolor.
La playa no era de arena. Estaban sentados en un campo de
astillas de vidrio negro irregulares, algunas de los cuales estaban ahora
incrustadas en las palmas de Annabeth.
Así que el aire era ácido, el agua era la miseria, el suelo
era de vidrio roto. Cada cosa aquí fue diseñada para herir y matar.
Annabeth se preguntó si las voces en el
Cocito tenían razón. Tal vez la lucha por la supervivencia era inútil. Estarían
muertos en una hora.
A su lado, Percy tosió. "Este lugar huele como mi ex
padrastro."
Annabeth esbozó una sonrisa débil. Nunca había conocido a
Gabe el apestoso, pero había oído suficientes historias.
Amaba a Percy por tratar de levantarle el ánimo.
Si hubiera caído al Tártaro ella sola, Annabeth pensó,
habría sido condenada. Después de todo lo que había pasado por debajo de Roma,
la búsqueda de la Atenea Parthenos, esto era simplemente demasiado. Ella se
hubiera acurrucado y llorado hasta que se convirtiera en otro fantasma,
sumándose a los del río Cocito.
Pero ella no estaba sola. Tenía a Percy. Y eso significaba
que no podía darse por vencida.
Se obligó a sí misma a hacer un balance. Su pie estaba
todavía envuelto y enredado en las telarañas, pero cuando ella se movió, no le
hizo daño. La ambrosía que había comido en los túneles debajo de Roma le debía
finalmente haber arreglado los huesos.
Su mochila se había ido, perdido en la caída, o tal vez era
que se había alejado en el río. Odiaba perder el portátil de Dédalo, con todos
sus programas fantásticos y datos, pero tenía problemas peores. Le faltaba su
daga de bronce Celestial, el arma que había llevado desde que tenía siete años
de edad.
Eso casi la mató, pero no podía permitirse pensar en ello. Tendría
tiempo para llorar después.
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