jueves, 14 de noviembre de 2013

9no capítulo La casa de Hades. Parte 4


LA CASA DE HADES
(Español)


Capítulo 9
Parte 4
"Más que un sueño una pesadilla"


     Leo siguió corriendo, el gigante sombra seguía detrás de él. Él vio alrededor los cuerpos de los semidioses griegos y romanos. Quería comprobar si estaban vivos, quería ayudarlos. Pero de alguna manera sabía que se estaba quedando sin tiempo. Corrió hacia las únicas personas que vio vivas, un grupo de romanos de pie en la fosa de voleibol.
     Dos centuriones inclinaron casualmente sus jabalinas, charlando con un chico rubio alto y delgado, que vestía una toga púrpura. Leo tropezó, era ese monstruo Octavian, el augur de campamento Júpiter, que estaba siempre dando gritos de guerra.
     Octavian se volvió hacia él, pero parecía estar en trance, sus rasgos eran flojos, y sus ojos estaban cerrados. Cuando habló, lo hizo en la voz de Gea: Esto no se puede prevenir. Los romanos se mueven al este de Nueva York, avanzan hacia tu campamento, y nada puede frenarlos.
     Leo fue tentado para golpear Octavian en la cara, pero en vez de eso siguió corriendo.
     Subió la colina Mestiza, en la cumbre, el relámpago había astillado el pino gigante de Thalia.
     Vaciló hasta detenerse, la parte trasera de la colina fue despojada, más allá, todo el mundo se había ido. Leo no vio nada, pero muy por debajo de las nubes una alfombra de plata laminada bajo el cielo oscuro y escuchó una voz fuerte que dijo: ¿Y bien?”
     Leo dio un salto violento. En el árbol de pino roto, una mujer se arrodilló y una entrada de cueva apareció entre el las raíces de los árboles.
     La mujer no era Gea, se parecía a Athena Parthenos, pero estaba viva, con el mismo oro en las túnicas y los brazos desnudos de marfil. Cuando se levantó, Leo casi tropezó, casi cayó al fin del mundo.
     Su rostro estaba majestuosamente hermoso, con los pómulos altos, ojos grandes oscuros y el pelo oscuro con un peinado griego de lujo, situado en una espiral de esmeraldas y diamantes, por lo que le recordó a Leo a un árbol de Navidad. Su expresión irradiaba puro odio, su labio curvado, su nariz arrugada.
     “El hijo del dios chapistase burló. Ustedes no son una amenaza, pero supongo que mi venganza debe comenzar en algún lugar, haz tu elección.”
     Leo trató de hablar, pero estaba a punto de arrastrarse y salir huyendo por el pánico. Entre esta reina del odio y el gigante que lo perseguía, no tenía ni idea de qué hacer.

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